Artículo de Domingo Luis Hernández.
Tagoror de las Artes y las letras.
El día, Santa Cruz de Tenerife. 14 de julio de 1985



Pilar Lojendio: Apuntes acerca de una trayectoria poética
 

Domingo Luis Hernández
Imagen: II Feria de la edición.
III Encuentro de editores en Canarias

1.-- Una de las cosas que mejor define a la poesía de la inmediata postguerra en Canarias es la necesidad de inmiscuirse en los artilugios más comunes de la retórica. Tal caso venía propiciada por la imposición del grupo de poetas afines al régimen amparados en el lema «juventud creadora», y alcanza a un amplio espectro de escritores, incluso a los de probada resistencia oficial. La vanguardia, en cambio, definió su quehacer, y en los casos prescriptivos (García Cabrera, Gutiérrez Albelo, López Torres, Espinosa, Ramón Feria...), su madurez, por la ruptura. Al correr de los años las posturas críticas parecen apuntar hacia sus límites (como mentara Fernando G. Delgado): ni la retórica que miembros destacados de entonces siguieron cultivando hasta sus libros más recientes ni la dedicación casi exclusiva a la palabra (como algunos de los nombres citados determinan). Claro está que sólo la distancia puede competir con los aciertos porque la reducción mitológica y creativa también apuró algunos procesos de mediados de los 50 que conectaron de manera especial en el devenir poético de, por ejemplo, Rafael Arozarena en el inicio de su poesía más importante. Es decir, las pautas de superación no residen en la sola y exclusiva tonalidad poética sino también en la superación de las capacidades reduccionistas que en la vanguardia se esgrimieran.
Esas capacidades nuevas, en efecto, se rastrean en la vía organizada (entre otros poetas de los 50) por Pilar Lojendio. Era la vía del versolibrismo y de la expresión inusual de sí. Ahora bien, si en el caso de Pilar Lojendio la afectación impresa en los escritores del entorno se torna en espontaneidad y coloquialismo, como ocurre con muchas realizaciones de Félix Casanova de Ayala, el alucinante principio de la madurez en Arozarena, sin duda el poeta más representativo de la generación de los 50, se inscribe en el dominio de la expresión, de las imágenes, la escritura y las palabras; todo ello auspiciado por un ejercicio de investigación singular y sin fisuras a lo largo del tiempo. La madurez de nuestra poeta surgirá más tarde (1970) con la implantación de parecida necesidad.
2.-- El transcurso poético de Pilar Lojendio se inicia, pues, con el cuestionamiento introducido por la generación de postguerra hacia los años 50. Antes, hacia mediados de los años 40, había participado, con cierta lejanía, en las tertulias (como «La Gaditana») que agrupaban a miembros de la generación vencida (Pérez Minik), con la que resultara de la postguerra (Julio Tovar, Rafael Arozarena, Enrique Lite, Pinto Grote...). Y, en una tertulia preferentemente masculina en la que había sólo dos o tres mujeres (Altita Cáceres, Maud Westerdahl), leyó los primeros poemas. El signo de su feminidad la arrebataba desde entonces, cosa que produjo su arribo apabullante desde los primeros poemas de 1954 en Gánigo. Después de entonces, retazos de su libro más 'original y llamativo surcaron páginas de periódicos y revistas locales hasta su publicación (julio de 1964) por «Gaceta Semanal de las Artes», página literaria del periódico La Tarde que más o mejor recibió sus colaboraciones: Ha llegado el esposo fue el inicio de una labor poética confirmada en la revista Caracola de Málaga (1965) y el premio «Julio Tovar» de poesía en 1969 por Almas de piedra. El impás que sucede a los años iniciales de los 70 se ve roto por promesas de libros inéditos hasta el presente (como Te busco desde la aurora), nuevas colaboraciones en la prensa y algunos recitales poéticos en el inicio del decenio citado... Su figura, de máxima actualidad en los años 60, languidece después hasta su más reciente poemario, La lengua del gallo (ACT/POESIA, 1984).
3.—   Primeras   definiciones.
El tono que esgrime Pilar Lojendio en los poemas de mediados de los 50 que se reúnen en Ha llegado el esposo asume las características de un lenguaje sencillo y coloquial no exento de claves negativas pero que en su conjunto imprimen una fuerza y coherencia apreciables. Tales poemas son los que amparan los primeros juicios críticos y los que conjugan las primeras definiciones. Los críticos de entonces son casi unánimes. Alfonso García Ramos destacaba entonces (1955) «su espontánea crudeza dentro de la corriente amorosa de su lírica», y Fernando G. Delgado defendía como singular la anárquica forma de escribir de la poeta aun refiriéndose al trabajo impreso en Almas de piedra. En tal sentido, quizá sean las palabras de la propia Pilar Lojendio las que mejor avalen sus actitudes: «Busco la sencillez, la naturalidad... Mi poesía es realista, intuitiva. Odio el detalle superfluo. No me interesa una poesía orquestal. Escribo completamente “liso”. Pretendo “hablar con el corazón”». (Entrevista de María Pilar Tináut en La Tarde, 1966).
En efecto, estos detalles son los que definen la primera iniciativa poética de Pilar Lojen dio que alcanza hasta el año 1969. ¿Qué significa este aserto inicial? Al menos en Ha llegado el esposo (1964) la correspondencia formal y temática se imbrican de manera perfecta. El resultado es, quizá, el libro más interesante (aún hoy) de la poeta y uno de los más sugerentes del momento. La sinceridad formal y expresiva en ese caso se aunan en el conjunto para ofrecerse de manera total. La aportación poética es incuestionable como principio de apertura en su tiempo: la esponteneidad surte el efecto de una ruptura" que conmociona al contorno. Todas las miradas se detienen sorprendidas a observar los resultados del enfrentamiento cabal de la poeta (enfrentamiento también esgrimido como compromiso esencial por Isaac de Vega en Fetasa) y la incoherencia académica de sus límites. Este es, repito, uno de los logros más apreciables de la poesía de Pilar Lojendio, es decir, el extrañamiento del conjunto. Más reitero también la verdad que la complementa: Ha llegado el esposo es un libro total cuya unidad temática define el volumen. Si la espontaneidad recorre sus límites poéticos, la auscultación sincera y sin remanentes tradicionales abunda en la ruptura: la verdad del «amor» consuena en él no como orden de «inventos» y trivialidades sino como realidad palpable y sensual. Que la expresión poética sea en este caso traslación espontánea del sujeto al papel es un logro, pero (en lo sucesivo) su reiteración es peligrosa. Y eso es lo que se comprueba en el inédito Te busco desde la aurora (del que he podido apreciar varios adelantos impresos en páginas de los periódicos del momento). En él se continúa la temática esgrimida en Ha llegado el esposo, mas la necesidad de nuevos aportes, lícitos y lógicos por lo demás, cuestionan el proceder poético. La monotonía, el vacío, la soledad, la muerte Dios..., que son esenciales en el conjunto efectivo llamado Almas de piedra, contradice! el esquema unitario ofrecido en el primer libro. Lo que fue —y ha permanecido como tal— el máximo acierto de la poeta pudo haber operado un efecto dilatorio de madurez porque le espontaneidad y la anarquía formales auspician más contra dicciones, procesos y resulta dos a corregir que logros, en este caso.
4.-- Segunda definición. Y en efecto, Pilar Lojendio descubre que la esencialidad poética sur ge de la conjunción de dos procesos: el eructo de sí y el crecimiento  a  partir de  la poesía misma. Esta ambivalencia ro tunda es lo que la convierte de nuevo en punto de referencia con Almas de piedra (1970) que obtuvo el más prestigioso premió de poesía de las Islas, el «Julio Tovar», en  1969. Si el andar en la noche y equivocar el camino era el conjunto que definiera (en lo semántico y en lo expresivo) el libro inédito citado, el desasosiego sigue presente en éste como base de reflexión ontológica (metafísica, como la crítica del momento apuntó); pero también la dedicación oficial forma parte del volumen para apurar la nueva dialéctica de la poeta y su segundo libro importante. La evolución de su madurez es estimable en este momento y, repito, no sólo por las aperturas de significado sino también por la reflexión material. Es decir, el extrañamiento es la mejor arma que define a Pilar Lojendio, pero  el   extrañamiento   ahora comienza a ser conscientemente poético.
En 1972 (11-XI) la poeta definió su propia expectativa al contestar a una pregunta de Juan Pedro Castañeda  (coordinador  de  «Culturama»)  de manera tajante: «Ha llegado el esposo ya no me gusta (...). No tiene unidad y la unidad me parece importante en un libro de poesía». Los resultados también son apreciables: en una reseña de «La Gaceta Literaria» reproducida en EL DÍA (9-1-1971) se  comprueba  el aserto: Poesía mágica —venía a decir el reseñador— que se sitúa en los límites auspiciados por el grupo surrealista de la preguerra y que recorre un camino delimitado por lo íntimo y lo misterioso. El tono es tenso y grave. Los poemas surgen de la necesidad de relativizar con trabajo la incoherencia múltiple. Las palabras asumen la expectativa de sí mismas y del espacio que las sostiene.
5.-- Pilar Lojendio abre el camino de una perspectiva poética cuyos resultados se pueden soslayar ahora. El enfrentamiento cabal consigo misma (cosa que le causó algún problema de censura) produjo también una ruptura temática apreciable. Contradecir los esquemas relativos a la escritura sobre el amor o la exposición de asuntos que afectan al individuo como lo hiciera ella, le valieron el apoyo explícito y moral de los escritores más importantes de ese momento y la de los vivos de la vanguardia. Domingo Pérez Minik y Julio Tovar fueron los que más prodigaron su acceso a la impresión. Otros de la generación siguiente, como Fernando G. Delgado o Arturo Maccanti, brindaron su escritura crítica para abordar su obra. Pasado el tiempo, las realizaciones poéticas de mujeres como Cecilia Domínguez, Charo Martínez, Dulce Díaz Matrero, Olga Luis o Dolores Campos-Herrero aprecian el esfuerzo de la actitud singular de Pilar Lojendio. Su obra más intensa se juzga por el esfuerzo de producción más claro del retrato verdadero y consecuente de sí. De ello, repito, saben el desgarrado urbanismo, la soledad, el desasosiego, el impulso vital y suicida de Dulce Díaz Matrero; la am bivalencia visceral entre desgarradora e irónica de Charo Martínez, y la incorporación de recursos rutilantes de los mass-media, la pasión descarnada, crítica y erótica de Dolores Campos-Herrero. «Esta feminidad —escribía un columnista de La Tarde (10:111.1955) refiriéndose a una lectura de Ha llegado el esposo en el Ateneo de La Laguna— no reside en una forma blanda, ni tampoco en un sentimiento delicuescente, ni en una queja sostenida, ni en una cuerda única amorosa, ni en el menor resabio de sufragista. Es psicológicamente femenina».
6.-- ¿La lengua del gallo es el final? Cabría plantear ahora las estrategias personales o las de una cultura que campa por sus fueros incongruencias, in-conclusiones, frustraciones, desapariciones, olvidos y demás denuestos. ¿Este es el caso de Pilar Lojendio? No anotamos su muerte poética, más libros suyos pueden ver la luz, pero es inevitable resumir (desde su escasa obra publicada) que, no obstante los aciertos anotados, el transcurso se abre a la necesidad de una precisión poética definitiva. En tal sentido, el resumen más certero de su expresión está en La lengua del gallo (ya citado). En él se inmiscuyen de nuevo asuntos formales dichos acerca de Almas de piedra y, conjuntamente, Ha llegado el esposo. A veces la espontaneidad, la imprecisión censora, trastoca recursos y posibilidades que en 1970 rozaban la perfección. El extrañamiento sigue siendo la norma, pero la madurez impresa no sólo en poetas de su contorno generacional a la que ella contribuyó (como Rafael Arozarena) sino también en las nuevas generaciones de poetas hacen que el recurso de la anarquía (logro poético esencial en su obra precedente) amengüe el resultado de lo que pudo ser un libro descomunal. En efecto, La lengua del gallo, retoma la unidad reclamada por la poeta al principio de los 70 y apresura su tránsito por la depresión de los asuntos personales y metafísicos. El calor y el frío, la germinación y la decrepitud, la juventud y la vejez, la vida y la muerte, el tiempo... abrigan la vía de la contradicción definitiva del poeta y de todos. Domingo Pérez Minik (EL DÍA, 29.1.84) dijo certeramente que este gallo de Pilar Lojendio es «el gallo héroe de una tragedia». En efecto, la tragedia final se cierne sobre él. La pelea, la arrogancia (vital y sexual, incluso), la pasión... languidecen. En Ha llegado el esposo las botas sucias del marido (p. 25) encendían la posibilidad fructífera de encuentro; aquí las botas relucen limpias (p. 19) como el sol. La noche y el mar consuenan como otros dos símbolos esenciales en el libro. La noche como vacío, el mar como lugar de retorno y conclusión. En Almas de piedra finaliza el tránsito así: «Luego la luz nos mezclará a todos/para cernirnos en la mar»; aquí «la lengua que gime en la gota de lluvia (...rodará en las arenas/rodará entre los mares». Al final del tiempo los límites de la luz y la sombra conducen al equívoco del contraste. El orden, la fuerza, la pasión (rojo) del gallo y la decrepitud de la noche suenan igual.

Domingo-Luis Hernández









 

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