Te busco desde la Aurora. Santa Cruz de Tenerife.
Ediciones Nueva Gráfica. 2004
Portada esmalte de Maud Westerdahl.
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Dios mío, a Ti, a Ti busco desde la aurora,
mi alma tiene sed de Ti...
Ps.62
A Laureano
I
Tengo la tristeza
detenida en el alma
y un mundo entero
alojado en las
retinas
pero nada que
ofrecerte.
Sólo tengo mi paz
y una sonrisa,
una flor y un poco
de lluvia
y una montaña
negra.
La tristeza es
honda
y está dormida
sin marcar caminos
verdes.
Protesta, protesta
y grita
que de mí naciste
hombre
protesta y grita
y déjate el aliento
que hay caminos de
césped
que hay un trozo de
tierra
en el camino
que le pide
caricias a tu cuerpo.
Y gritarás,
gritarás un día
cuando sepas que es
tarde
cuando sepas que
gritas para nada
y que no has
llegado a tiempo,
cuando quedes sin
voz.
Te doy las
estrellas,
las montañas.
II
Guarda las luces, los colores
guarda el lápiz y
el papel
y el pantalón roto
de tu hermano
y la navaja vieja
de tu padre
y el martillo y el
pájaro.
Guarda el dedal de
tu abuela
y sus rizos
blancos, guarda sus manos, su voz
y la cinta del pelo
de tu hermana,
y el juguete más
viejo
el más querido,
quizás el balón azul
o las botas del
colegio.
¿Qué cosa o palabra
buscarás entonces?
¿Qué querrás
alcanzar,
cómo alargarás tu mano
siempre al vacío,
cómo?
La tortura no es
mía
ni es tuya, ni es
de nadie
la tortura crece
con la carne.
III
Me acuerdo del miedo
de soñar la muerte
de pensarla cerca.
De saberme habitada
de nonatos
pensamientos,
de ser forma,
envoltura
de un cuerpo
y andar
tranquilamente
transportando un
ser
y un alma ajenas.
Recuerdo saludar a
la gente,
y tomar una copa
y cantar y reír.
Quería soltar la
ternura
cogida a mis
hombros,
que todo fuera
igual
sin extrañeza, sin
cambio,
pero tengo huellas
estampadas
de pies diminutos
indelebles y
tremendas huellas
de rostros dormidos
en mi seno.
Ni las horas ni los
días han cambiado
ni las noches,
ni la sed agotadora
ni el andar,
siempre andando
sin pararse nunca.
Aún alcanzo las
frutas,
me siguen gustando
la de piel dorada,
y me encanta
morderlas
y notar sus
caricias en mis dientes
y dejar que su jugo
empape mi pecho.
Me gusta acostarme
en el suelo,
en la tierra,
y cerrar los ojos
sin pensar en nada
sin pensar que no
hay paz
que no hay armonía.
No puedo, no puedo
pensarte soldado
ni pensarte jefe,
ni siquiera hombre,
cuando seas hombre
no quiero pensarte
niño.
IV
Te sé a ti desde lejos.
Confín de mi mirada
es tu principio.
Te sé desde que
sólo eras deseo,
desde que venías
por los caminos del
mundo
con los pies
ovillados,
desde que soñabas
encerrado en mi
mente.
Te sé a ti desde
antes
desde que Dios me
hizo
mujer.
Te sé desde el día
aquel
del paraíso,
y desde entonces
te he sabido
siempre
con tus raíces
trepando por mis
venas.
Con tus ansias de
ser
te sé aferrado a mi
vida.
Te sé primavera,
atrevida ladrona de
la mía
desvanecida ya en
el dintel
de un beso.
Te sé carne viva
en mi seno
adormecido,
nueva y fecunda
siembra,
fruto estrenado de
amor
en la carne de
tierra
de mi vida.
V
Y yo un día alargaré mi mano
para decirte adiós
igual que puse un
día
un juguete a tu
alcance
y tu tranquilamente
jugarás
con tus pisadas y
su eco
como el día que
viste tus pies
por vez primera.
Y te parecerá
importante
el mundo azul que
te habrás fabricado
y me consolarás
como se consuela
a un niño
y no sabrás que
tendré
mis rincones
abiertos
que tendré mis
libros marcados
uno a uno
y una tierra que es
mía
un montón de tierra
negra
donde hundir las
manos
donde llorar a
solas
donde los pájaros
no hagan
su nido.
Tú serás el hombre
de ese día
y no tendrás tiempo
para llevar contigo
a tu hermana,
es tarde y tú eres
importante
y ni siquiera
pensarás
que pueda plantar
mi corazón
para esperar nuevos
seres.
VI
Mañana un día cualquiera
andaré en la noche
llevando las penas
en las puntas de
los pies.
Modelaré en mi
cuerpo
otro cuerpo,
envolviéndolo en la
lluvia,
y lo dejaré en un
árbol
para ver cómo nacen
las cosas,
cómo es la mañana
así, tan de cerca,
con la semilla
escondida
y el árbol ya
crecido,
con los pájaros
aleteando
su contento
y el color naciendo
de las flores
con las ramas
asustando
la torpeza de mis
manos
la pequeñez de mis
dedos.
Con el rocío
resbalando
de la carne misma
del aire.
Con la luz
vertiéndose
de la quietud del
cielo.
Así mañana, un día
cualquiera
sabré del capricho
de las ideas
íntimas,
de lo cierto de tus
manos
unidas a mi
cintura,
del canto del gallo
y de la mar
tranquila.
Mañana, un día
cualquiera
andaré en la noche
y equivocaré el
camino.
VII
Si supiéramos nacernos
nosotros mismos de
antemano
y formarnos todas
las cosas
medidas
y hacernos nuestro
mismo
aire
y el árbol donde
nos gusta
leer
y la tierra para el
descanso.
Si supiéramos de
verdad
qué es lo que tiene
importancia
quizás dejaríamos
todo
lo de ahora,
dejaríamos los
libros, los papeles
la almohada.
Nos burlaríamos de
nosotros mismos
de afanarnos tanto,
de las sombras
calladas
y el dolor de los
muebles,
de la luz que se
enciende
de noche
en la habitación de
enfrente,
de los tabiques
delgados
de tu propia casa
y de las arañas
viejas
que juegan a
hacerse el amor.
Si supiéramos,
nos naceríamos a
nosotros
un día que nos
gustara
y tendríamos los pies grandes
y anchos los
pulmones
y correríamos a
sacar a nuestros hijos
de detrás de alguna
peña
nacidos por él
mismo
con un corazón de
algas
suave y esponjoso
y con olor a mar.
Si supiéramos,
no seríamos nunca
amorfos y olvidados
ni tendríamos prisa
y nos gustarían los
montes
y el agua
y retozar como
corderos
y nos gustaría la
tierra
la que está debajo,
más abajo
de donde nace el
trigo,
y cogeríamos las
uvas de la parra
para apagar la sed
de nuestros hijos
y la sed de los
hijos de nadie
y plantaríamos de
nuevo la semilla
y llenaríamos de
árboles
el mundo.
Si supiéramos ver
no habría confines
ni habría horizonte
y los ojos de los
niños
tendrían siempre la
mirada blanca.
Si supiéramos
nacernos
enteros y crecidos
y con el color
brillante de los peces
y con los movimientos
rápidos y libres.
Si supiéramos
pasarnos el brazo
por nuestros mismos
hombros
y anudar a voluntad
el placer
y guardar el lecho
inmaculado
sin danzar como
locos
doliéndonos hasta
la crecida
de las uñas
y el triste
invierno de la piel.
Si supiéramos
guardaríamos hoy
la leche nueva de
nuestros pechos
para el hijo de
mañana
sin derramarnos
hacia fuera
con los pezones
erectos
como de carne nueva
y volviendo a
empezar
la crecida del
vientre,
y los racimos apretados
de las uvas negras
repartidos por tus
manos
y el pan entero
desgajado
y el reparto del
vino.
Y la luz siempre,
siempre abierta,
siempre quieta
en tu ventana
abierta.
VIII
Atado mi cuerpo yacente
y varado
en la caricia
de tus manos, en la
caricia de tu muslo,
en el contacto
de tu tibieza toda.
Florece de antemano
con la realidad
cierta
de tu savia,
florece como un
sueño tranquilo,
como la postura de
la aurora
ante mi alcoba,
como las sombras
negras
de los montes
erguidos,
como el silencio de
los pájaros
al llegar la noche.
Has varado mi
cuerpo
sin sentir la
caricia
salobre
de la lágrima mía,
sin saber de su
entrega,
sin saber de aquel
hijo
ideal de sombras,
cuajarón de vida
ajeno a su latido
que se nos fue un
día
por caminos nuevos.
Que se nos fue
llevando apretada
entre sus puños
nuestra angustia,
que se nos fue
delante
con ella hasta Dios
mismo.
IX
Llegas hoy deprisa
como siempre
con las manos
hondas
llenas de trabajo,
llegas con tu olor
de siempre
a mar y a rutina
de días
interminables
y la casa entera
libre de ti
se llena
calurosamente
con tu presencia.
Abre tu voz a la
lluvia, hoy
y tu oído a la
simiente que crece.
Esconde mi cara en
tu pecho
en el vello apretado
de tu piel
para que aliente en ti
mi cariño,
déjame ser celosa
custodia
de tu amor
amparada siempre en
la sombra
de tu abrazo.
Tus ojos son del
color de las uvas
cuando están
maduras,
son como peces
dormidos
brillando en la
noche.
Ocúltame en ti
ahora
que tengo el miedo
anidado en el pecho
en ti
y en las grietas de
la luz de nuestra alcoba
que la oscuridad es
grande
toda entera, sin
rendijas
y tus manos son
suaves
y cálidamente
precisas
en la noche.
X
Soy dueña de mi paz
de ahora
y de mis sueños,
pobres sueños
dormidos
aletargados
entre altos muros
de ciudades
apretadas,
pobres sueños
llenos de polvo
arrinconados,
doblados con la
ropa
que ya no se usa
y con la ropa
blanca
que guardo cada
día,
sueños grises
traídos del asfalto
de la calle
sueños de mar y de
orillas,
sueños de playas
y con nuevos pies
para mi cuerpo
antiguo,
y con más árboles y
más mañanas.
Que no se pierdan
y un día a lo mejor
alineados encima de
mi cama
podré mirarlos
duramente.
XI
Te leían siempre,
todos los días
desde las arrugas
de tu cara
las que tenías marcadas
desde el día que
naciste
hasta la primera
triste arruga
sin nombre
y los pliegues del
vestido,
y el vaivén de tu
cuerpo
y contaban las
puntas
de cigarro
y los vasos de vino
y se les descolgaban los ojos
hasta tu cintura
y el escote y el
pecho
y la mirada
y deseaban más aún
que tú
más de lo que
desearon nunca
y un día también
te desearon el
vientre nuevo
y sentiste un
terror hondo
alojado en tus
entrañas
y deseabas hundir
tu corazón
en otro corazón
y ensanchar el alma
con la cuna pequeña
y el olvido en la
ventana
y la alegría
y el tiritar
y las lágrimas
las que brotan de
lo profundo
sin querer
las que lloramos
las mujeres
cuando el mundo
nace.
XII
Cuesta rendirse y callar
y hacerse sorda
a las cosas
diarias,
a las cosas
triviales
a la silla del
comedor
desencolada
al niño que tose
y se revuelve
inquieto en la cama
y luego el pájaro
durmiendo más allá
de los soles
y la jaula aquí
vacía
con la lechuga y el
alpiste
sobrando
y las voces de los
niños
con su eco entre
los barrotes.
Es duro rendirse
y mirar la jaula así
y sentirse tan niña
tan angustiosamente
niña
como si la piel nos
hubiera prestado
en el cuerpo,
y recordar de
pronto el naranjo
y tocar su olor.
El naranjo de mi
casa
maduro al atardecer
de gorriones
libres.
XIII
Tienes las manos de la esperanza
completas
y traes luz de
eternidades
para mis ojos.
Tu arrugada piel
recién hecha
pan moreno que
crece
y la aurora
pegada a tu cuerpo.
En ella te esperaba
yo,
a ti a quien he
sentido crecer
en la cuna de mi
vientre
teso con tu medida,
sí, te espero
impaciente
desde la aurora,
desde la primera
peluca
caída a una muñeca,
desde el primer
arrullo
a mi hermana
pequeña.
También dormías tú
tranquilamente
reposando
encima de las
estrellas
y tus dedos se
enlazaron
muchas veces con
los míos
húmedos de la misma lluvia.
Para ti no era aún
el tiempo
pero el tiempo es
presente
desde siempre
y un día el gusano
de luz
se enamorará de una
hoja
pero la hoja estará
muerta
y el amor se
desparramará encima
sin provecho.
XIV
Quieres darme tu mirada
traducida
decirme las cosas a
tu manera
sumando números
murmurando colores
y pasas cariñosa la mano
acostumbrada
por la visión de
tus juegos.
Azul, amarillo,
verde,
rosa, negro,
blanco,
la caja rebosa
cuentas
una, dos, tres...
Suenan en tus ojos
azules y rosas y
verdes,
estás soñando
campanas.
XV
He visto tu corazón abierto
y todo escrito por
dentro.
Ahora sé por qué la
vida parece
unas veces tan
corta
y otras tan
condenadamente larga.
Hoy han llorado los
árboles
por ti
mis lágrimas de
entonces,
de cuando empezó a
manar
la soledad
en tu voz quebrada
tan cerca
de mi mano.
Hay más soledad aún
en los espacios
siderales
que se nos abren
y en las alas de
las palomas
mensajeras
y en los pies de
los ángeles
que acompañan a los
hombres.
Todos tenemos la
soledad
de la noche
rota en la mirada,
mientras, sigue la
vida
y mansamente, dolorosamente
me voy diluyendo
sobre la sangre
joven.
XVI
Regresáme inocente
devuélveme al
principio
sin reproches que
turben
mi reposo
y haz redondo mi
orgullo
y mi tragedia.
Mis hijos se cogen
de la mano
y me juegan al
corro
y sigo en la rueda
sin fin
sin verte, Señor,
y no sé en qué
consiste
la ventura
ni por qué la vida
comienza
sin tener
conciencia del tormento.
Sé que es triste
desperdiciar los
principios
de lucha
y creer fácil el
canto
de los animales
y también pensar
sin dejar de ver
movimientos
en la sombra
y creyéndonos una
continuación
de las paredes de
la casa.
Crece un árbol
y lo vemos
proyectarse
hacia el cielo
y creemos fácil
la profundidad de
sus raíces
y fácil la mirada
del ternero
y el agua que
empapa
la tierra,
¿Qué pensaremos del
día
del regreso?
¿Y de la nada
flotante?'
¿Y de ti, Señor?
¿Estaremos con
miedo
al borde de tu
dicha
sin soltarnos de la
mano?
...Y los demás
verán nuestra partida
sin sorpresa.
XVII
Apenas tú.
Sólo mi vida
pendiente
de tu sombra,
sólo mi vida teñida
de preguntas,
y la tierra
creciente
y el giro completo
de la vida
y la anchura de las
voces
resonando en lo
alto,
y Tú invisible
en tu presencia
ida.
Locos, locos todos
el mundo y las
especies,
loca yo que no sé
nada.
Tu eternamente
diluido
en la materia,
de la voz precisa
nombra el amor
nómbralo todo con
sus palabras
justas,
di ya el volumen de
las cosas
y pon valor a la
miseria,
señala en la puerta
el sacrificio
y el pan y el sayal
y aparta los
pedruscos.
Yo no tengo la voz
necesaria
en mi garganta
ni tengo las
sonrisas
entre mis dedos.
Son tuyas las
golondrinas,
yo pienso en el
ciervo,
en las palmeras.
Reparte por mi
cuerpo
la fuerza de tu
voz,
el calor de las
miradas negras
y los niños
llorando en las esquinas.
XVIII
Asómate al sendero
y fortalece tus
pies.
Hoy no es igual la
luz,
y yo digo que hoy
puede ser igual que
siempre
para cambiar los
cantos
y los ruidos,
yo te digo que hoy,
no es cualquier
día,
hoy tiene mi
vientre
el acaso
estremecido
y hoy lloran de pena
los murmullos
y los grillos están
de vacaciones.
Hoy la palabra
nueva
aún nos viene larga
y buscamos cobijo
a la justicia
y la pluma se
enciende
en la mano del
hijo.
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