Ha llegado el esposo (1964)



Ha llegado el esposo
Colección Gaceta Semanal de las Artes. Volumen 4
Ediciones Gaceta Semanal de las Artes, 1964
23 x 15 cm. Portada Enrique Lite



Te ha llegado algo nuevo
algo que esperabas hace tiempo
y ahora te encuentras extraña,
y vives como si no fueras tú.
Como si esta vida no fuera la tuya.
como si tu habitación
no fuera la misma de siempre.
pero te ha llegado ya
y no quieres darle importancia.
quizá sea
que no te creas feliz.
Habrá nuevos atardeceres
y verás las nubes de tu ventana
desparramarse
hasta llegar a tu lecho,
y te acompañarán en las noches largas
porque tú tendrás un sitio preparado
tendrás tu rincón y tendrás también aquel secreto,
aquel secreto redondo y extraño
que ya no es secreto,
quedado entre los pliegues del pijama,
y lo verás revolverse inquieto
en el tintero,
y acercarse a ti con paso seguro,
y tú dejarás complacida
que manche tus senos
y escriba en tu vientre con palabras nuevas.
Con aquellas palabras
que tu conocías de antemano
porque un día las sorprendiste
en las entrañas de la tierra.
Ya no tienes tiempo,
pero sí, tienes mucho tiempo,
mucho tiempo aún para colgar en tu cuarto
aquel cuadro que tanto te gustaba,
aquella ventana abierta
que te decía tantas cosas,
y aquella serpiente ¿recuerdas?
la que se te enroscaba a los pies
sin dejarte andar,
y aquel cesto,
un cesto para papeles alargado y limpio,
y un vaso de barro
con té frío y con ron.
No puedes volver atrás,
no puedes pensar
en rincones sin nubes,
sin luces claras, sin ventanas,
no debes pensar
en las crines de un caballo
que jamás has conocido.
Hojea una revista,
o léete el periódico de ayer.
si, si no dice nada,
pero no importa
porque nunca podrá decirte nada

En el fondo del vaso,
en los pliegues
de mi servilleta,
en un rincón de un cuadro,
en las sombras de los árboles,
en todo estabas tú
y sólo yo te veía.
Me acerqué
más y más
a tu presencia
y casi te tocaba con mis dedos
¿acaso no eras tú también
el que quitaba
en mi balcón el agua en la tormenta
la otra noche?
Yo salí, y ya te habías ido
en una gota de lluvia.
Vuelve,
vuelve a acariciar mi fantasía
y a llenar de deseos
mi esperanza,
toma forma
en la madera,
en la luz,
en el cristal frío de mi espejo,
en la mañana,
toma forma
en el humo del cigarro,
espía mis minutos,
mis soledades rebeldes,
mis sueños y mis días,
pero no me dejes sola
que sin ti
ni la lluvia es agua,
ni es humo el cigarro, ni hay madera,
ni espejo,
ni mañana.

…Y después mis ropas
olían a espliego,
olían a lluvia,
tenían olor a tu cuerpo.
Mi carne morena,
mi carne... tenía
marcados tus dedos.
Mi boca tenía
presión de otra boca.
Mis ojos... mis ojos
tenían, ilusión, deseo.
Y toda mi ropa,
mi carne, mi pelo,
olían a espliego,
olían a lluvia,
tenían olor a tu cuerpo.

Yo te ví aquella noche de luna,
de voces dormidas,
de frases calladas.
De rumores lejanos,
de estertores profundos.
Yo sentí aquella noches la brisa,
que tenía cuerpo
espigado y maduro,
al rozar su piel
de pétalo fresco.
Y tenían color sus vestidos.
su pelo de estrellas,
cuajado de lágrimas.
Sus palabras, con gusto a retama,
a retama fresca.
y me dormí besando tu mano
que tenía también sabor amargo.

Los montes de blanco.
La noche tranquila y oscura.
es larguísimo el camino
y ya los pies no resisten.
No. No hay posada.
El frío se siente con fuerza.
Es duro seguir adelante.
La tierra se revuelve inquieta
impotente de calor y vida.
Los arboles agitan con pena
sus desnudas ramas.
El cielo presagia algo grande.
La naturaleza entiende.
Sólo los hombres…
no creen en nada.

Todo moría por ti.
Moría aquello para lo que habías vivido.
Morían las orillas verdes de tus aguas.
Las humedades de tus céspedes.
Morían para ti las frescuras suaves
de las rojas tardes de otoño.
Morían las caricias ardorosas de tu pico
entre las blancas plumas de tu compañera.
Moría para ti la ilusión del sexo,
la blancura elegante de tu cuello
orgulloso y altanero sobre el rio,
el perfil en sombras de tu cuerpo
sobre el agua tranquila.
Todo terminaba cuando tu hermoso cuello
cayó vencido por el peso de la muerte.
Tú bebías con rabia tu destino en sombras
y pedías un sentido de tu vida,
un sentido para ti, para un cisne blanco,
para tu alma libre de paloma libre.
No comprendías por qué tenías que morir.
Aún después de muerto pensabas.
Pensabas en lo grotesco de tu cuerpo ahogado.
Pensabas en tu alejada compañera,
alejada de tí por distancias oscuras,
pensabas y su recuerdo estremecía
tus despojos fríos, tu materia.
Y seguías pensando todavía.
Venían a tu mente las lágrimas amargas
de otros tiempos.
De tus tiempos de cisne vivo,
de tiempos en que llorabas otras cosas,
porque ahora quisieras llorar también,
llorar fuerte, porque estabas muerto,
llorar por ti mismo,
llorar por todo lo que habías dejado.
Ya no sentías más que el vaivén de las aguas
que llevaban tu cuerpo adormecido,
y querías luchar, poder luchar,
con la falta de fuerzas de tu cuerpo yerto.
Luchar contra las aguas reales de tu tumba,
contra todo aquello que no llegabas a entender.
Presentías que se hacía de noche.
El viento jugaba con tus plumas
y el agua te llenaba por dentro.
Quisiste sentir una congoja,
y te sentiste rendido, impotente,
y te sentiste nada,
como si jamás hubieras sido cisne.

Pensamiento de un cisne blanco, 
moribundo, con un calamar.
Dibujo de John Graves 
para Todo moría por ti.
Del álbum de recortes de Pilar Lojendio



























Has llegado a la puerta
y has tocado,
luego te metiste toda en casa,
tú y un poco de lluvia,
y la has llenado del barro
de tus pies,
miraste todo con ojos curiosos,
las flores blancas en la jarra de cobre,
el resplandor rojo del fuego
contra el color de las paredes,
las velas rojas, los vasos,
el vapor del caldero en la cocina,
todo lo miraste y te sentiste a gusto.
Caminaste de un lado a otro
y has llenado todo otra vez
del barro de tus zapatos.
Te he mirado enfadada...,
pero luego me he reído.
Después, sin hablar, te marchaste.
Has vuelto la cabeza dos veces,
pero sin decir adiós;
si, la has vuelto dos veces y te has reído.
Entonces con mucha tranquilidad
he tirado el barro por la ventana,
y me he tumbado a dormir.

Pasaste muy cerca. Sin fijarte casi
Te vi y tuve miedo,
miedo de tu cara imprecisa,
de los contornos vagos de tu cuerpo,
y miedo más bien de tus botas.
Tus botas fuertes y duras.
Pasaste tan cerca, tan a mi lado
que sentí el denso olor a fruta recién cogida
a trigo, a sangre, a sudor, a tierra.
Apenas pasaste, inmaterial,
pero tus botas, arrancaban a tu paso
brotes tiernos, brotes verdes.
Luego, ¿recuerdas qué pasó luego?
¿Qué pasó en el camino?
Yo me aferré a ti buscando algo,
la bruma no dejaba ver,
y caímos, caímos despacio, sin golpe.
¿Y luego? Luego... ah sí, recuerdo.
Luego el camino estaba húmedo,
y allí a mi lado, la sensación de tus botas,
de tus terribles botas, fuertes y duras.

Ya nadie te esperaba.
Ni siquiera
las paredes sin encalar de tu habitación vacía,
ni aquellos muebles amontonados,
ni la oscuridad.
No. Tampoco la oscuridad te esperaba.
¿Recuerdas?
Ella te envolvía largamente en sus brazos
y tu sollozabas y gritabas tu angustia,
gritabas hasta desgañitarte,
hasta que tus pulmones
quedaban enfermos por tu esfuerzo,
y no querías pensar en hoy.
En este hoy que te ha llegado ya,
en este hoy de soledad y tristeza,
en este hoy vacío de ti misma,
deshabitado de ti y de los otros,
en este hoy que te arrastra
a un futuro del que se te evaden
todas las miradas amigas,
del que tú también...
quisieras evadirte libremente
sin pensar en el hoy que encontraras mañana.

¿Por qué agitas ante mi
tus brazos de sátiro sin ropa?
¿Por qué anudas tus dedos a mi cuello
si me asfixio ya, con el olor de tu aliento?
¿Por qué pisas mis pies
con los tuyos sarmentosos de viejo?
¿Por qué pasas licencioso tus dedos
por la curva morena de mis cejas?
¿Por qué, dime, si ante tí estoy indefensa?
Sí. Ante ti, mundo viejo, yo soy una niña.
Recuerdo las pizarras de mi clase,
emborronadas, llenas de signos, de materias,
recuerdo los pupitres en que yo me sentaba,
las horas de castigo, los recreos,
los lápices sin punta, los cuadernos gastados,
las horas pasadas en la iglesia,
y aquellas otras horas en que salí
con aquel primer muchacho.
Entonces no sabía que existieras,
y aún menos que algún día me rondaras,
pero ahora... ahora tengo ante mis pies
la talla desnuda de tu cuerpo,
perfecta y viril,
y ansio alcanzarla, con la desconocida
fuerza de mis manos de mujer.
Quiero recorrer con mis dedos
tus honduras y tus valles,
y mojar mi piel en los ríos sagrados,
en los mares que te surcan,
y bañarme desnuda ante tus distintos soles,
ante tus impúdicos ojos de hombre.
Quiero sentirme mujer, sola ante ti.
Quiero saber por qué me atraes.
Y para eso tengo que tenerte cerca.
Tan cerca, que tu voz se confunda con la mía,
que tu aliento y el mío sean uno,
que el amargor de tus lágrimas
resbale despacio por mis labios,
y que tus risas aun a la fuerza
rompan la dura barrera de mis dientes.
Tan cerca, tan cerca, que tu sangre
se funda para siempre con la mía.

Te he mirado por encima del tiempo
con mi corazón posado en esta noche de verano.
Te he mirado a hurtadillas subida en un árbol azul
como puede hacerlo un pájaro triste y sin alas
y luego he buscado instintiva tu corbata roja.
Aquella que no sé por qué hoy no te has puesto.
Me he asomado al balcón
y he creído verla oscilando en un monte lejano
profanada y triste burlándose de mí.
He querido alcanzarla, tenerla en mis manos
y andar, andar, andar hasta cansarme.
Yo me sentía confusa y alejada
mientras todos hablaban y reían.
He mirado a todos uno a uno
y me he encontrado despojada y sola,
igual que tú sin tu corbata roja.
Me he sentado en el suelo acobardada
y lentamente he encendido un cigarrillo.
Falta los encontré confundidos en la noche pag. 35

Hay un muerto
en cada esquina de mis noches.
Hay un muerto
en los  umbrales  de mis  días.
Hay un muerto
que me acecha por los campos.
Hay un muerto sin derrota
que me agobia y me persigue.
Hay un muerto
que acobarda mis sueños
y que estruja mi piel sin compasión.
Hay un muerto con cuerpo de mujer
que copia fielmente mis facciones.
Hay un muerto que tiene mis pies.
¡Hay un muerto, sí,
hay un muerto en mi cuerpo
cuando llegue su fin!

Me lo dijiste hoy,
así tranquilamente, se acabó ya todo.
Mi vida era alegre y tranquila,
podía caminar con el calor
ligera y nubil
porque tú me esperabas en el monte,
tenía manzanas y ciruelas,
tenía nueces y avellanas,
y un libro con historias
un libro pequeño encuadernado en verde,
y unos pendientes largos
que quizá fueran de oro.
¡Tenía tantas cosasl
Pero llegó el invierno
y todo se quedó bajo la nieve,
y ahora corro sin parar ni sé por donde,
buscando algo que perdí
y que no recuerdo.
Pero encuentro jirones de mi carne
prendidos en la aldaba de tu puerta,
jirones de una carne que fue mía,
de una carne pálida y sin sangre
que miro con asco y con deleite.
Se acabó todo y ya no puedo luchar.
A mis ojos les molesta el sol
y estoy cansada ¡tan cansada!
Quisiera ser nube con las nubes
y flotar.
Quisiera ser árbol con el árbol
y crecer.
Quisiera ser arena de la playa
y descansar.

Todavía resuenan en el parque
los ecos distintos de tu paso.
Una vez fue el deslizarse de una piedra
que llevabas con tu pie junto al camino;
otra fueron tus risas de alegría
porque era verano y calentaba el sol
mientras tus manos asían las adelfas rojas;
otra fue el grito atroz de tu tristeza
porque las horas  de aquel día
se acababan para siempre,
porque tú y yo nos quedábamos
en el hueco de un árbol desconocido y seco;
otra las palabras conmovidas de tu silencio extraño
y aquel eterno deambular constante
de tu espíritu errabundo.
Hoy he pasado por allí.
La tierra reseca ensuciaba mis pies,
las adelfas estaban ya marchitas
pero había una, sólo uña
que cantaba triunfante la victoria de su vida
y la dejé eternamente fresca en mi memoria.

Lava ya tus cabellos
que huelen a café tostado
y acicálate deprisa que llega tu esposo.
Tienes el delantal manchado de grasa
y tus manos están negras
de estar pelando verduras.
Tucuerpo está mustio del trabajo del día
pero debes reponerlo antes de oigas su voz
en la calzada.
Extiende el mantel sobre la mesa
Y arregla la casa con flores de verbena.
Pon un poco de música
y siéntate a esperarle en el jardín
leyendo un libro cualquiera

No cantaba por cantar, no,
cantaba para mí,
para hacerme fuerte,
para buscar el valor que me faltaba.
Por eso hablaba también,
hablaba muy alto
pero no esperaba que me oyeran,
que me atendieran,
hablaba para mí
y para ti, hijo mío,
para ti, que ibas a llegar.
¡Me habías acompañado a tantos sitios,
desconocido y vago!
Y ahora, ahora iba a verte,
iba a oírte, por vez primera,
sabía que tendrías algo que decirme
porque yo te hablaba todas las noches,
en mis noches en vela
y en mis días de angustia
y tú no entendías que mis pies
estuvieran en el suelo,
por ti,
sin huir,
pegados a la tierra con firmeza,
esperando verte algún día,
verte llegar seguro y firme.
Me han traído flores,
¿sabes?
Muchas flores,
y un sillón para ver las estrellas
y han entrado todas por mi ventana
y se han sentado conmigo
y yo me he sentido feliz
y me he acostado en el suelo
y las he cogido una a una
y luego las he soltado a la noche.
Y abejas, muchas abejas amarillas
que han llenado mi casa
y mis oídos y mis ojos y mi boca
y se han posado en mis flores
y han jugado en mis libros
y todo olía a miel y a manzana,
a tierra y a luz,
y he cantado más alto,
mucho más alto que antes
para que me oyeran todos ahora,
para que supieran que existes,
que eres, que vives.


Hacía tiempo
que el campo estaba en flor
y en mi jardín
también habían florecido
las flores que en su mes
sembró mi jardinero.
Todo tenía fragancia, perfume,
y el ambiente tibio y la luz,
todo, era para mí,
que estuve siempre fiel,
al sembrar y al recoger.
Tú viniste cuando ya los tallos
estaban crecidos
y apuntaba el capullo
y gozaste
porque era tuyo el trabajo.
¡Qué cariño el de la tierra fecunda
que arrojaba sus flores
hacia el cielo!
Luego vino el invierno
y el perfume fuerte del limón
y la naranja
llenaba nuestra casa.
El aire entonces no era tibio,
no había chimenea,
ni leños que encender,
pero había ambiente de paz y de alegría;
no era tiempo de siembra
pero estábamos contentos
porque todavía había flores
y no era fuerte el invierno
para ellas.

Semilla suave
ausente a mi mirada,
semilla que palpita
en mis entrañas,
eco dulce de tu amor
sencillo y cálido.
Luz que perfilas ya
las sombras amorosas
de una vida
que siente las ansias de alentar,
yo quisiera saberte desde ahora
en mi regazo
y conocer ya tu voz
y tu mirada
y quisiera saberte ya en mi vida,
en mis desvelos,
en mis ansias.
Yo te siento en mí
porque ya eres alma.

Casi caricia,
casi voz,
casi ternura,
ahora ya presencia presentida,
ahora ya voz,
ya caricia,
ya ternura.
Ahora, ya tuya, y no de nadie
tu existencia,
con tu voz,
tu risa
y tu ternura.

Tengo acostumbrado el sueño
y mi cuerpo a morir.
Tengo un beso de aguas
hiriéndome el costado
y aluviones de horas amarillas.
Tengo sed de peces
con escamas doradas
que me dejen ahíta
de recuerdos.
Tengo sed de acortar las distancias
de la aurora y la noche
y hablar a las entrañas
de la tierra,
y escuchar el secreto
de su vientre abultado y fecundo.
Quiero desgarrarme de dolor
ante mí misma
pariendo lo que tengo en mi cabeza,
vomitando el alma por la boca
para luego quedar libre
y llenarme de peces o de arena.



1 comentario:

  1. Lourdes Ruiz de Villa12 de marzo de 2013, 15:12

    Este es el que me quedé sin comprar en El espacio Canarias...que suerte querer tanto a alguien y poder expresarlo de esta manera tan apasionada y hermosa

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