Artículo de Domingo Pérez Minik
a propósito de Almas de Piedra
El Día. 1970. Santa Cruz de Tenerife.
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La lluvia entre las manos de Pilar Lojendio
Domingo Pérez Minik.
Fotografía Alejandro Togores
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Entre todos estos poemas tan serios, resolutivos y
contenciosos, aparece Almas de piedra, de Pilar Lojendio, que hasta
esta fecha no nos había regalado sino Ha llegado el esposo, en la
Colección Gaceta Semanal de las Artes, editado en 1964. Un poema amoroso, como
tantos otros escritos por mujeres, pero muy desprendido de los muchos tópicos
que nos ofrece este tipo de literatura. Pronto se da uno cuenta de que el amor
en Pilar Lojendio, sentimiento, hecho consumado o ideación investigadora, en
cualquiera de sus expresiones se supo separar de las tradiciones consentidas.
Muchos elementos ancestrales, anímicos o morales que hallamos ahora con
facilidad en Almas de piedra ya estaban fijados en su primera obra.
Tengo sed de peces
con escamas doradas
que me dejen ahíta
de recuerdos.
Tengo sed de acortar las distancias
de la aurora y la noche
y hablar a las entrañas de la tierra
y escuchar el secreto
de su vientre abultado y fecundo.
Para lograr la libertad mental más absoluta ha
tenido que llegar el esposo, paradójicamente. Han pasado seis años para que
esta libertad consumara todos sus frutos: un hombre, el hogar, los hijos
alimentando la historia de todas las horas. Dentro y fuera de esta
circunstancia doméstica, Pilar Lojendio comenzó a trabajar estas Almas de
piedra, un poema rigurosamente unívoco, en donde de la manera más
enredada, trágica y aséptica, con una pureza de gran opacidad se ha deseado
intrincarse, perderse y hallarse entre Dios, la naturaleza y la criatura, la
duda y la esperanza de una original revelación, el misterio y el sacrificio,
todo realizado a través de una poesía desnuda, irresoluble, humilde y soberbia,
lúcida y oscura.
Todos han hablado de las nuevas formas,
sensibilidad y creencias de Pilar Lojendio. Ahora resulta que desde Ha
llegado el esposo hasta Almas de piedra se ha producido una
verdadera conversión que nos ha asustado por su gravidez, osadía y voluntad de
ruptura. La poesía para Pilar Lojendio no es una diversión, en el sentido más serio
de la palabra, ni un énfasis orgulloso, ni una imagen bien vestida, ni una
actitud lírica dolorida o imprecatoria, ni acaso tampoco la transfiguración más
o menos brillante de una realidad personal, ética o social. Todos motivos muy
respetables. Y tan necesarios a veces. Su aventura presenta una indeclinable
naturaleza mental. En esta obra se nos coloca en el principio del mundo, como
si dijéramos. En el principio de la poesía. Cuando ya los hombres habían sido
creados y en su reducido mundo pánico se preguntaban el sentido de su destino.
Que es lo que proclama Almas de piedra desde la primera estrofa
hasta la última. Ella se olvida de los adjetivos para limitarse a los nombres
esenciales. Recoge su poema a mitad del itinerario de ese sustantivo que se
convierte en verbo. No podemos relatar sus versos, ni adquirir la sabiduría de
que estamos antes un ditirambo, una elegía o una épica sobrecogedora. Se ha
hablado mucho de este caso de una poesía hermética, metafísica o esotérica. Que
pocos entienden. Y esto, en parte, es verdad. Pero también si nos desposeemos
de la cultura heredada pronto nos damos cuenta de que estas Almas de
piedra casi se pueden contar de los pies a la cabeza, como una
narración cualquiera, si no ignoramos que aquí todo, se ha convertido en una
opresora interrogación que con indiscutible testarudez se va haciendo Pilar
Lojendio a lo largo del espacio y del tiempo fundidos entrañablemente con su
existencia.
Ninguna referencia por los alrededores que explique
esta obra de Pilar Lojendio. Y mucho menos la posible vecindad con las poetisas
españolas contemporáneas, de Gloria Fuertes a María Beneyto y Angela Fuigueras.
Algún punto de contacto con Concha de Marco. Y para que referirnos a las otras
insulares, tan cerca de diversas situaciones epocales. No sabemos hasta qué
punto la autora de Almas de piedra habrá leído a John Donne,
Hölderling e Eugenio Montale, como ejemplo de líricos herméticos, cuya única
gran misión fue crear un lenguaje, versión de un pensamiento que heroicamente
aspiraba a destruir la cómoda interpretación de un hombre deteriorado por las
ideas, los sentimientos y las creencias fáciles, establecidas por la herencia,
el aprovechamiento, el mimetismo. Nos atrevemos a coincidir con esa restringida
opinión de una probable mentalidad surrealista en Almas de piedra,
con su exigente espíritu de subversión. Hay una manera, sólo una, de conciliar
sueño y realidad en el poema de Pilar Lojendio, con sus automatismos más o
menos impuros, pero sin ninguna dialéctica materialista. Aquí nos hallamos con
el decurso de un pensamiento que a través de una trasmutación lírica se
pregunta cuál es el camino para lograr una verdad trascendental sobre la
esencia del hombre y de la mujer -no como recoveco de la cerrada personalidad,
lo que se ha hecho siempre en este tipo de literatura- frente a la creación,
el significado de la existencia y el sufrimiento a que nos somete la historia.
Todo verificado sobre un diálogo del yo al tú, ese yo que se convierte en un
tú, que trágicamente no sabe responder y que sólo es capaz de resistir la
terrible presión de una interrogación implacable dolorida y conversa. Almas de piedra nos llena de pesadumbre, colisiones e irresolubles
maneras de comprender. Un debate terrible que no termina en una conciliación
terminante, sino en un paréntesis roto:
No te anunciarán la sementera
vivirás y vivirás roto en soledad
como un
rompecabezas recompuesto.
Comprendemos el grave quehacer de Pilar Lojendio al
escribir este libro tan ajeno a cualquier tradición española, ditirámbica,
enfática o imprecadora. Un desnudo pudoroso, cruel, con su inventado lenguaje,
la arquitectura funcional erguida, sin ninguna renta aprovechada de profecías,
ritos o apocalipsis. Y ese pequeño río soterrado de la palabra salvadora, con
ese consuelo desmitificador, esa maternidad exigente.
Ahora se nos adormece el cielo
y la mar se nos revierte en escombros
y tú nos has vivido del dolor
pero la noche y la mañana
únense estrechan entre sí mientras dormimos.
Con sus tan copiosas preguntas y tan precarias
contestaciones, ante Almas de piedra -la heroína se ha querido
presentar así para resistir con firmeza la destrucción de sus heredadas
creencias-, el lector asiste atónito, asustado y perplejo. Pero bien miradas las
cosas este libro no ha sido una sorpresa. Al contrario, lo esperábamos porque
hemos conocido muy bien el valor absoluto de la independencia de Pilar
Lojendio. No, no puede haber armisticio, ni justificaciones, ni rito consumado.
Nada le conmueve, nos dice en su último verso, pero si avizora para fortuna
nuestra algo que nos tranquiliza.
Pero se nos acumula el tiempo
y se nos hace lluvia entre las manos
luego la luz nos mezclará a todos
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